DOMINGO XIV (A)

Del Evangelio de Mateo 11,25-30.

En aquel momento tomó la palabra Jesús y dijo: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».

1.- Jesús reprocha a los pueblos de Cafarnaún, Corozaín y Betsaida que no hayan aceptado el mensaje de salvación que les ha transmitido con la predicación del Reino y los milagros que le acreditan (cf Mt 11,20-24).  Los Evangelios relatan la acusación que escribas y fariseos le hacen por compartir la comida y la bebida con los pecadores y el rechazo que ha sentido de las tres ciudades citadas (cf Lc 10,13-15; Mt 11,21-24). A continuación, y aún perplejo por esta incomprensión, siente una de las experiencias más hermosas de su ministerio y que la tradición transmite como su realidad vital fundante, como es Dios, y su auténtica pertenencia social, como son los pequeños y humildes. Jesús eleva la mirada al cielo y bendice al Padre, y le reconoce públicamente con una acción de gracias, alabanza y confesión; y, en este caso, no lo hace por su experiencia personal, sino por la de los pequeños e ignorantes. Apela al Padre como Señor y Soberano amoroso de todo lo existente. Dios es Creador y Providente, y en cuanto tal, es Señor de todo lo creado. Jesús lo glorifica por todo lo que ha salido de sus manos para el bien de los hombres.

2.– Jesús desliga los contenidos de la revelación que explican los escribas y exigen cumplir los fariseos, y se los entrega a los sencillos y a los pequeños. Son aquellos que tienen el corazón abierto a Dios y son capaces de percibir que, a través de Jesús, se está dando y ofreciendo la salvación, largamente esperada por todos. De ahí que la elección divina recaiga sobre los predispuestos a recibirla, y no sobre aquellos que, usando la ciencia como poder, se buscan a sí mismos antes que a Dios. Porque, si antes concede su sabiduría a los maestros, a los sabios de los ambientes apocalípticos, a los entendidos de los grupos sectarios, en fin, a los letrados, ahora no. En la proclamación del Reino, y aquí viene la contraposición que hace Jesús, Dios esconde su revelación a los sabios, a los que iguala con los poderosos, y se la descubre a los ignorantes, o incultos, o simples, o pequeños. Es un serio aviso a cierta jerarquía eclesial y a los teólogos.

3.- En el segundo párrafo del Evangelio, Jesús nos enseña la unión que mantiene con el Padre. Por tanto sabe de su voluntad y de sus preferencias. Los que somos critianos debemos ser relevantes por aligerar la carga a los pobres y a toda clase de gente que lleva los pesados fardos que se les imponen por las exigencias del poder, de la vanidad, del atroz egoísmo. Debemos sentirnos alegres y contentos, como Jesús, cuando somos capaces también de devolver la libertad a los que viven atenazados por costumbres interesadas,  por sus propios pecados, por unas miras que sólo tienen como horizonte su propio ombligo.

 

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