Yo, de mayor, quiero tener el alma azul

José María Roncero OFM
Instituto Teológico de Murcia OFM
Pontificia Universidad Antonianum. Roma
Tú, ¿de qué color tienes el alma? Según nuestra manera usual de hablar, hay quien tiene el alma negra de tanto pecado. Afortunadamente no es tu caso, porque, si no, no estarías leyendo esta revista.
Lo contrario del negro es el blanco, color de la pureza, del alma limpia, del vestido de los bautizados o de los críos de Primera Comunión. Como tampoco eres un niño, lo normal será que tu color varíe del amarillento al gris, que son los que están entre el blanco y el negro.
Sin embargo, a mí el color de alma que más me gusta es el azul. El azul cielo, para más señas; azul celeste lo solemos llamar. Yo creo que ese es el color del alma de la Virgen María.
Realmente María es transparente. Es tan limpia, tan pura, tan sin mancha de pecado que, la miras y ves claramente a Dios detrás; no hay nada en su vida, absolutamente nada, que oculte a Dios. Es como el agua o al aire, que son trasparentes pero, en grandes cantidades, toman el color azul, como pasa en el mar o en el cielo.
Y en María, como no hay mancha alguna de pecado, hay tanto Dios metido que, de puro trasparente y en tanta cantidad, la pintamos de azul. Azul celeste, azul de Dios.
Si quieres que te diga la verdad, a mí la Virgen María me da mucha envidia. Porque ha sido la única persona capaz de mirar a Dios a los ojos y no tener que bajarlos de vergüenza. Ante Dios, lo que a mí me avergüenza es el pecado, porque el pecado es lo contrario de Dios. Y aunque Dios en Cristo me perdona y me hace nuevo, queda en mí la tendencia a irme de él.
Y el caso es que quiero a Dios, y que nunca soy más feliz que cuando estoy con él y, animado por él, hago el bien a los demás. Pero a veces mi actuar deja mucho que desear, y me sé débil y contradictorio, y hay ratos y momentos que sin querer o queriendo me aparto de Él.
En María no. En María nunca. En ella jamás asomó el pecado. En eso la ayudó Dios con mucha maña y delicadeza, por supuesto, pero el caso es que es así.
Y eso es lo que envidio, con todas las letras. Un padre es un padre, y perdona siempre, porque ama; pero si un hijo tuyo hace algo malo, a ti, aunque lo perdones, te da pesambre. Y yo quisiera que llegase un día en que ya le no le diera más pesambres a Dios, que es mi padre.
Por eso cada día le pido a María que me ayude. Que me ayude no a ser como ella, que eso es imposible; lo que le pido es que me ayude a dejar de darle pesambres a Dios.
Que ella, que nunca le dio ningún disgusto a Dios, nos ayude a todos a ser dignos hijos de Dios nuestro Padre, y también buenos hijos de ella. Que ponga un poquito de su azul en nuestras almas. Porque el azul, por seguir con nuestro ejemplo del principio, no es un color. Es el tono que toma tu vida cuando, a imagen de María, se llena toda de Dios.

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