JUVENTUD Y JÓVENES:

UN TESORO MILENARIO PARA REINJERTAR

Elena Conde Guerri
Universidad de Murcia

                     En el mundo grecorromano uno de los mayores tesoros era ser joven, estar en la secuencia biológica donde la plenitud del vigor corporal permitía y capacitaba para las misiones más heroicas y también para los mayores excesos. Ir a la guerra en defensa de la patria y de su expansión territorial, una constante en el mundo antiguo, y una obligación legal en algunas de sus Constituciones. Cruzar los mares en busca de aventuras, en que lo prodigioso podía incluso subyugar al interés comercial. Hilvanar el tiempo sin prisa, dejándose amar por los propios dioses entre poesías sin verso final. Los griegos crearon como prototipos referenciales de lo dicho a Aquiles, a Ulises, a Ganimedes y la juventud griega se miraba en ellos con mimético afán. Normalmente, eran jóvenes de la aristocracia ya que todo conocimiento implicaba una esmerada educación.

                           La sociedad romana, bastante más práctica, valoró igualmente el potencial de la juventud y con frecuencia se recreaba en la literatura dramática la belleza, las fuerzas y hasta la osadía de los jóvenes inexpertos para afrontar proyectos de envergadura, frente a las cabezas canosas y la anatomía decadente de los ancianos, a pesar de su presunta sabiduría adquirida en las lecciones de la vida. A un joven podía perdonársele casi todo. Una persona de edad avanzada, era presa fácil para caer en el ridículo. Los jóvenes tenían, no obstante, un hueco que cubrir. El libro de su vida todavía tenía muchos capítulos en blanco cuyo texto debía ser escrito no por su propia iniciativa sino por la de aquellos cuya preparación, conocimientos y lealtades fuesen incuestionables. Era bastante sencillo adiestrar a un joven en la equitación, por ejemplo, pero era más complicado inculcarle el ideal de Estado insertado  en una figura-eje que justificaba  por derecho propio la rotación de lo existente. Los filósofos y los maestros de retórica se encargaron de este cometido, presentando ante la juventud romana, esencialmente la privilegiada por su origen, la figura del Emperador como el “dios viviente y modélico” que, en sus diversos campos de acción, había creado la gloria y la realidad de la Aeterna Roma.

                La instrucción en esta filosofía política se fue haciendo progresivamente más manipuladora, valga el término, tras la gestión de emperadores abyectos. Los jóvenes pueden ser impetuosos, alocados en ocasiones, pero no estúpidos. Urgía resacralizar el modelo tras un periodo de resquebrajamiento. Así, a finales del siglo III de nuestra era, los emperadores del llamado sistema Tetrárquico  se sirvieron de rétores como Eumenio para la composición de los Panegíricos Imperiales, textos nacidos exclusivamente para la alabanza ciega del emperador. Los jóvenes los escuchaban y aprendían en las sesiones recitativas y para que el logro fuese perfecto, con tal fin se erigieron edificios y escuelas especializadas donde los jóvenes convivían moldeándose en talpaideia. Las más famosas fueron las de la ciudad gala de Autun y una de ellas mostraba en su pórtico un mapa del Imperio romano en su totalidad. La geografía  que aprendían estos jóvenes contemplándolo tenía como objetivo percatarse de que el poder omnímodo de Roma ejercido por sus óptimos emperadores había llegado a todos los territorios periféricos sin excepción: moros, germanos, pictos, árabes y hasta persasproclamaban que toda la lealtad y alabanza de estos colegios de jóvenes a su césar nunca sería suficiente. El emperador como modelo siempre para venerar, en ocasiones para imitar.

                   También nuestra sociedad contemporánea siente una fascinación por la juventud. Hay que admitir que la juventud suele ser hermosa y prometedora, por su propio aspecto físico y el potencial implícito a su biología, en tanto que a las personas mayores se les va relegando sin valorar ni su experiencia ni los talentos adquiridos. Las arrugas y las atrofias corporales no atraen, es la verdad. En esto, somos deudores de los antiguos. Pero hay, a mi juicio, algo que todavía no hemos sido capaces de conseguir con nuestros jóvenes hablando en su generalidad: ilusionarlos con una idea, con un proyecto común, con una persona que sean capaces de aglutinarlos, de vehicular (como ahora se dice) su energía y sus ideales hacia una meta lo suficientemente valiosa  por la que valga la pena el entrenamiento aunque a veces resulte oneroso. Cierto que los sistemas políticos vigentes por fortuna están lejos del  totalitarismo, salvo excepciones conocidas. Ya no hay un emperador que exija el mimetismo y la claudicación de parcelas personales en su absoluto seguimiento. Los sistemas económicos distan años luz de los antiguos. Han irrumpido los sistemas informáticos donde el Smartphone es el Totem sagrado. La geopolítica del mapamundi contemporáneo es complicada, diferente y también convulsa. La facilidad de las comunicaciones y la globalización van apagando las tradiciones. La desorientación implícita a todos estos cambios pinta un gran lienzo  a la acuarela, en que el exceso de agua difumina las siluetas yfavorece la permisividad excesiva que poco a poco lleva a la apatía. Probablemente, nunca se vió a los jóvenes disfrutar de tantos recursos y confort cuanto ser asaltados por las dudas sobre lo trascendente. Hablo en sentido general y estimo que cualquier lector me ha comprendido.

Es urgente, por tanto, potenciar entre ese tesoro que es la juventud la única figura, la persona que es en si misma el tesoro por antonomasia. Cristo Nuestro Señor. Porque Jesucristo no es una réplica de Aquiles, ni tampoco un mero profeta creador de una doctrina de comprensión y amor, ni una figura excelsa que tuvo su lugar en una determinada secuencia del devenir de la historia y pasó. Jesucristo es Dios y el Hijo de Dios vivo. Se encarnó e hizo igual a nosotros, excepto en el pecado, para llevar a cabo su Redención por amor. Sigue vivo. Lo palpamos en medio de nosotros cuando nuestros ojos, por obra de la gracia, lo descubren hasta en las cosas más nimias. Quien desea conocerlo de verdad y en su Verdad, se siente atrapado por Él y es fácil que su vida gire hacia otros horizontes más sublimes, menos materialistas, enraizados en Él. El problema radica en que en el momento actual, muchos jóvenes no lo conocen. Quizá por falta de la enseñanza adecuada, quizá por la marea de la laicización, bien por una indolente despreocupación o, en algunos casos en que juega el misterio de la libertad humana, por rechazo. Hay que anunciar de nuevo a Jesucristo, con entusiasmo. La emisión del mensaje puede servirse de los medios tradicionales y de las facilidades posibilitadas por las modernas tecnologías. Sólo exige hacerlo con la preparación debida, con la verdad y con un poco de apasionamiento, en la convicción de que sólo Él tiene palabras de vida eterna. Y que nunca nos dejará solos. Los últimos Pontífices han insistido en la urgencia de la “recristianización”  de Europa, por citar aquí sólo este continente. Conscientes de que el relevo generacional es ley de vida, y de que la mayoría de los jóvenes están atrapados por muchas quimeras, siguen recordando que sólo el Señor es la respuesta. El modelo a seguir y a imitar, el único que ofrece una doctrina de salvación que inunda y sublima todas las parcelas de nuestra vida, en nada esotérica, en absoluto exótica, servible para todos los hombres y en cualquier lugar del Imperio romano si hipotéticamente lo reviviésemos.  En el Evangelio del último domingo de abril, Jesús por su propia boca se identifica a si mismo con la vid y a los demás con los sarmientos, e invita a permanecer en Él. Porque sin mi no podeís hacer nada. Frase rotunda que trasciende este tiempo Pascual, a mi entender, para hacerse categoría. Él es el modelo que aglutina, la Persona donde injertarse. El Papa Francisco, con la perspicacia implícita a todo jesuita que se precie, hace tiempo que se percató del problema de una juventud sin Cristo. El próximo mes de octubre, tendrá lugar en Roma el Sínodo sobre los Jóvenes, que ya va contando con diálogos y escrutinios previos. Estoy segura de que todos los problemas y dudas que acosan a los jóvenes de hoy serán planteados. Algunos, incluso espinosos. La Iglesia, enraizada en Cristo, proyectará sobre ellos la luz del Evangelio, que es el Señor mismo. Se plantearán dudas, posiciones, divergencias quizá, pero nunca podrá manipularse esa Luz. Se abre para los jóvenes  una oportunidad maravillosa para conocer mejor a Jesucristo y tener la valentía de aceptarlo como compañero incondicional de viaje.

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