VI Domingo (B)

Del Evangelio según San Marcos 1,40-45.
En aquel tiempo, se acerca un leproso a Jesús, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme». Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero: queda limpio». La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio». Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a él de todas partes.

1.- La lepra es una de las enfermedades peor catalogadas por la Escritura. Tan es así que al que la padece se le considera como un ser muerto (cf 2Re 7,3-5). Curar la lepra, pues, es una acción parecida a resucitar a un muerto. Se engloba en tal enfermedad a gérmenes patógenos situados en los vestidos, en las casas, y que, por contagio, pueden dar lugar a diferentes enfermedades de la piel (cf Lev 13-14). No es extraño, por consiguiente, que los judíos distingan hasta 72 tipos de lepra.— Después de curar al leproso, Jesús le manda que se presente a los sacerdotes. Las leyes judías son muy severas al respecto, de manera que el leproso curado no puede comunicarse con la gente sin más. Sólo las autoridades responsables de las normas sociales tienen capacidad para incorporar de nuevo al enfermo a la convivencia común, previa ofrenda al templo. Jesús, al curar al leproso, indica que se está en los tiempos finales, de la última y decisiva acción de Dios en la historia.

2.- Sometido al aislamiento y al ostracismo social, el enfermo implora con confianza a quien tiene un poder parecido al de Dios, porque se incluye en la petición no sólo la curación, sino también la limpieza o purificación de quien está «manchado» también ante la divinidad. Jesús, movido a compasión, manifiesta su ternura y cercanía hacia la miseria humana. A la apertura del leproso a Jesús, que nace de la confianza en él, Jesús le responde con la curación del mal. Aquí se da el mutuo encuentro salvador de Jesús con el leproso. Jesús limpia la lepra y también purifica a los enfermos de su pecado, restituyendo su relación social y su incorporación a Dios, para que ninguna ley, aunque sea dada por motivos profilácticos y en nombre de Dios, impida su cercanía y presencia saludable.

3.- La lepra rompe la comunión con el pueblo y la comunión con Dios. Podríamos fijarnos en las lepras que sufrimos en la actualidad que nos separan de la vida social y de la relación con Dios, y en los leprosos que hemos creado y no les dejamos participar en la dignidad común de los humanos. En efecto, además de la enfermedad de la lepra, que todavía continúa vigente en muchos países, se dan en nuestras sociedades personas excluidas por su pobreza, por sus enfermedades y enfermedades mentales, por su ignorancia, por su orgullo, por el color de su piel, por su religión, por su nivel social, por su aspecto físico, por su carácter y temperamento, por su edad, por sus rarezas, etc. Son leprosos aquellos que sienten dañada gravemente su dignidad humana y filial con Dios. La clave está en lo que ha sentido Jesús: compasión. Mientras no tengamos el sentido y la actitud de la compasión, ya pueden pasar ante nuestros ojos cadáveres andantes que piden vivir; no nos daremos cuenta de nada.

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