VIII DOMINGO (C)
Del Evangelio según San Lucas 6,39-45.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos una parábola: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano. Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca. ¿Por qué me llamáis “Señor, Señor”, y no hacéis lo que digo?»
1.– Poco a poco Jesús diseña el grupo de discípulos que deben compartir la cercanía histórica y personal del Reino, Reino que hay que anunciarlo y testimoniarlo. Por eso los discípulos deben tener una actitud abierta hacia Jesús en sus enseñanzas y en sus comportamientos. Entre ellos sobresale excluir cualquier tipo de crítica sin hacer previamente la autocrítica de los propios comportamientos, como, por otro lado, fijarse en los dones de bondad que Dios ha depositado en el corazón de cada uno. Las actitudes bondadosas son las que deben dar frutos sanos y arrancar la hierba mala que siempre crece a lo largo del camino de la existencia. Así es como se puede configurar el seguidor de Jesús: ser como árboles buenos que dan fruto para que los demás se alimenten.
2.- La vida del discipulado se entiende como una vida para los demás. Las enseñanzas de los rabinos en las escuelas de Jerusalén eran estrictamente académicas. No había un compromiso ético ni coherencia vital alguna con las enseñanzas que dimanaban de la Torá y la Misná. Sin embargo, Jesús enseña a sus discípulos una serie de actitudes y comportamientos que deben hacer real el Reino. Su estilo de vida debe manifestar una dimensión simbólica: la actitud en la misión y su ejercicio contiene el Reino de Dios, es decir, hace presente el inicio de una nueva etapa de las relaciones de Dios con los hombres. Que sus actitudes sean simbólicas no quiere decir que la vida del discipulado sea un signo que remita a la vida divina sita en los cielos o fuera del alcance de los hombres. Es justo lo contrario. Dios es quien se hace presente en las relaciones de servicio del discipulado. Por eso Jesús es meticuloso con las exclusiones dentro del discipulado y refuerza las relaciones de servicio.
3.– San Pablo ratifica la enseñanza de Jesús de una forma muy clara: «Hermanos, incluso en el caso de que alguien sea sorprendido en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidlo con espíritu de mansedumbre; pero vigílate a ti mismo, no sea que también tú seas tentado. Llevad los unos las cargas de los otros y así cumpliréis la ley de Cristo. Pues si alguien cree ser algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo. Y que cada uno examine su propio comportamiento; el motivo de satisfacción lo tendrá entonces en sí mismo y no en relación con los otros. Pues cada cual carga con su propio fardo » (Gál 6,1-5)