El laberinto invisible. 
Cómo salir de lo cerrado a lo abierto

José Antonio Merino Abad

 

 

Victorino Terradillos OFM

Un libro se lee o se deja, nos lleva y seduce, o nos aleja al mundo del aburrimiento, del vacío. Tengo que decir que he leído El laberinto invisible letra por letra, un párrafo después de otro, todos los capítulos, y en ellos he visto la riqueza de una trama sencilla, el pensamiento formalizado con interrogantes libres, todo un recorrido por el decir y escribir de los filósofos y clásicos pensadores, y en los diálogos-monólogos me he sentido impulsado a participar. Aquí piensa el lector, escucha la voz de los grupos, del silencio, del viajero, de quien llega a un lugar y descubre, de quien está en la esfera de la vida y quiere «salir de lo cerrado a lo abierto».

José Antonio Merino Abad, con toda su formación y saber de ya escritor, aquí aparece «elocuente», locutor, asombrado en la escucha y en los parajes, en los caminos. Hay un decir que pregunta, analiza, se coloca delante del ser humano, de la problemática, de una búsqueda por solucionar el pensamiento, el vacío, lo líquido, el pasar del bien y del mal, de los acontecimientos, o de unas lecturas inacabadas y totalmente falseadas.

El libro se puede leer como una novela, un drama en diálogos, una exposición en voz alta del pensamiento de un catedrático de la vida, del arte, de la búsqueda, de la insatisfacción. No hay nada de comedia, de bisutería, de banalidad, sino razón y sentimiento, arte y humanismo, una mano tendida y extendida para formar una cadena de libertad y verdad.

La palabra es continua en los once capítulos, y el preámbulo hace de presentación del personaje que viene a ser quien provoca, hilvana, nos pregunta, deja hablar. Filiberto se llama el personaje principal, quien, después de tener unas notas en unos años de llevar diario, ahora se propone darnos a conocer en voz alta, con grupos, viajando, moviéndose por el mundo como buscador en camino. Todos estamos bajo el impulso dinámico de la búsqueda: las ciencias, las religiones, las culturas. Somos un eterno buscador, y no hay que dar finalizada la partida hasta que se gane, aprendiendo siempre con otros, con todas las personas, en todos los lugares; sin excluir ni al monje, ni al joven, ni el silencio, ni al botánico, ni las catedrales góticas o los caminos más solitarios llenos de atardeceres.

La obra, como un teatro abierto, con voz en la plaza, alrededor de un vino, en el diálogo con los pensamientos y formas más avanzadas y clásicas de componer, de pensar, de hablar, entrando en pueblos muy reducidos como Quintanaluengos, o paseando abiertamente por la montaña palentina, se apoya en la esperanza. No es la unidimensionalidad, sino la pluralidad de vidas, luchas, y siempre escogiendo en avance hacia la verdad y la libertad.

Casi más que novela, diálogos, he querido ver una obra teatral, unos monólogos bien cifrados, una expectación hacia la historia, las ideas, los recuerdos y la más visible realidad del momento. El personaje puede ser más la voz, la escucha, la conversación, el tema tan real y tan sucinto, lleno de pensamiento y saber filosófico de la existencia, como todos los grupos que se juntan en torno a un vino, a una noche, a una plácida plaza de Castilla. Porque los diálogos, muchos, se realizan visualizando Ávila, Burgos, Palencia, Madrid etc, Y los recuerdos son de Europa.

Análisis de los años recordados, de las ideas imperantes que configuran convicciones y acciones. Una forma de hablar es la interrogación, ¿ya está todo con el saber que tenemos, con la experiencia que hemos vivido, con lo que se oye y se vende en las propagandas? En la lectura, la interrogación queda siempre flotando. No es el poder convencer por lo que se habla, sino un estilo, una manera de presentarse, de buscar siempre espacios más abiertos.

Hablar, lo ha utilizado mucho el autor de estos diálogos de pensamiento, estos monólogos gratificantes, está llevado por obras de arte, por la descripción. ¿Qué es el Carro de Heno o el Jardín de las Delicias? Y te puedes llenar de vistosidad, contemplación de obras de El Bosco, pero más allá hay que leer las mismas propuestas e interrogaciones del genio. La dirección de la gente en su camino, en su pensar, de los sistemas del pensamiento, integrando los elementos dispersos.

El laberinto invisible nos puede asaltar hasta lo pensamientos más rebeldes, hasta las conformaciones de nuestros sustratos, iluminando las crestas y grutas de nuestras montañas y moradas terrenales. Bien premedita la composición hasta abrirse al futuro, sin acomplejarse delante del silencio, del claustro, de los desencantos. Hablan jóvenes y hablan profesores con gran experiencia, habla el hombre y la mujer, el creyente y el buscador de la naturaleza. No faltan ni el técnico ni el científico, el místico y el poeta, los cínicos ni los pitagóricos. Todo entra en el cuadre del drama, de la obra, de la voz pública que resuena con total creatividad y pensamiento actual.

Acierto es que hablen las personas múltiples, diversas. Acierto es el proponer que quien habla, actúa, camina, responda a su pregunta, al deseo de salir hacia la luz y el sol, escapando de su laberinto «oscuro y serpenteante» del egoísmo. «También desde la oscuridad puede emerger una luz desconocida como iluminación de la  parte oscura de la propia existencia, Ese lado oscuro del espíritu en donde transitan los recuerdos, como seres impalpables, que agitan e inquietan a los peregrinantes in noctem» (p. 107).

Hacia la luz se encamina la obra en sus diversos diálogos, proposiciones, intuiciones. No se trata de poder al otro, de marginar a nadie, sino entablar conversación sin cerrar puertas, salidas, siempre con ventanas abiertas para todos los caminantes. «En la actualidad, el ser humano suele balancear entre el entusiasmo y el desencanto; entre la euforia por los logros técnicos y el miedo ante la incertidumbre; entre el sentimiento de dominio de la naturaleza y el pesar por el deterioro del medio ambiente; entre el deseo de serlo todo y la experiencia amenazante del total exterminio; entre la esperanza de una utopía posible y el miedo a un desastre definitivo. Desde Santiago, como buenos europeos, hagamos un Camino abierto y solidario a los demás continentes para poder crear la gran internacional de la fraternidad entre los pueblos y las culturas, hasta lograr implantar el humanismo integral e integrador con los mejores ingredientes del ser humano como persona y como comunidad porque solo el espíritu es inmortal» (p. 246).

Antes de cerrar el libro, abierto siempre a la persona, a lo europeo y fraterno, al saber en todos sus espejos, hay una invitación a seguir el camino de la vida, pues vida y camino se encuentran identificados en nuestra vida de caminantes, «desbrozando las tinieblas en la luz para lograr alcanzar, el menos, la penumbra luminosa».

Se puede cerrar la lectura de El laberinto invisible con un diálogo, interrogación, y la llaneza de la curiosidad del límite moral, de lo ilimitado del deseo, y de la  llamada a la desproporción que causa en todos la maravilla de la vida, lo espléndido, el asombro de todo cuanto sucede, nos sucede y recompone lo maravilloso del ser humano y pensante, fabricante y espectador. Pero, mejor, no cierres este libro novelado y con mucho de teatro que se puede representar entre todos, y en un espacio de una tarde, junto a la conversación de unas amistades y un buen vino. Sin olvidar que, luego, hay que emprender camino como «arrieros que somos».

 

Recensión publicada en la Revista Almiar

 El laberinto invisible. Editorial Cuadernos del Laberinto. Madrid, 2018.

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