XIX DOMINGO T.O.

 P. Ruiz Verdú OFM

           Oración colecta
Dios todopoderoso y eterno, a quien, movidos por el Espíritu Santo, nos animamos a llamar Padre, confirma en nuestros corazones la condición de hijos tuyos, para que podamos entrar en la herencia prometida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Cuando pedimos alguna cosa a Dios, debemos saber a qué nos obliga si se nos concede. No se trata de pedir por pedir, sino de actuar después en consecuencia, para no ser cotorras que no saben lo que dicen.
En la oración colecta de hoy pedimos a Dios Padre que renueve en nosotros el espíritu filial que  nos concedió en el bautismo. Según nos enseña san Pablo, Dios Padre envía a nuestros corazones el Espíritu Santo para que nos enseñe el modo de dirigirnos a Él.
Somos hijos de Dios. Verdad que nos  repite frecuentemente la Sagrada Escritura. Y Jesús nos dijo que cuando queramos hablar con Dios la mejor manera es llamarle “Padre”: “Padre nuestro que estás en el cielo”. Por eso, nos atrevemos a decirle : ¡Padre!
El hijo tiene derecho a participar de la herencia.. Y aunque no somos dignos, el Espíritu Santo hace que un día “merezcamos alcanzar la herencia prometida”, porque como somos hijos, somos también “herederos con Cristo Jesús”.  Esta es la promesa de Dios.

Pedro gritó: “Señor, sálvame”.
En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
“¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?” (Evangelio)
Nunca dudemos que somos hijos de Dios y Dios es nuestro Padre.

                                                                    Oración sobre las ofrendas
Padre de bondad, acepta los dones que misericordiosamente has dado a tu Iglesia y que, con tu poder, conviertes en sacramento de salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Dividamos la oración en dos partes: en la primera pedimos a Dios que acepte lo que él mismo nos ha dado: dones salidos de su corazón misericordioso. El pan y el vino que hemos colocado sobre el altar son expresión de su amor y así debe ser siempre vistos por nosotros. Es amor hecho visible que debe ser contemplado con los ojos de fe. El ministro de la celebración eucarística los ha presentado a Dios Padre convencido de que serán aceptados. Son las ofrendas de la propiciación, memorial de nuestra pertenencia a Dios.— La segunda parte habla de la obra exclusiva de Dios. Él es quien los transforma usando el ministro las mismas palabras de Jesús: “esto es mi cuerpo”, “esta es mi sangre”, en sacramento de salvación: Cristo Jesús.
“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo;
el que coma de este pan vivirá para siempre.
Y el pan que yo daré es mi carne, por la vida del mundo”

                                                     Oración después de la comunión
Padre, que la comunión de tus sacramentos nos alcance la salvación y nos confirme en la luz de tu verdad. Por Jesucristo nuestro Señor.

Para nuestra salvación instituyó Jesús los sacramentos, de los cuales el centro de los mismos lo constituye la Eucaristía. Aquí, el autor de los mismos, se nos da como alimento perpetuo. El autor de la Salvación se identifica con la salvación mismo. Quien a Jesús recibe, si permanece en Jesús, está continuamente siendo salvado; es decir, vive la salvación, actuando Dios en él en el silencio de su vida y en el hacer de su vida. El amor de Dios vive en nosotros salvándonos. Por eso, le pedimos que nos afiance en la luz de su verdad. De este modo, reconocemos que si erramos en el modo de amar, su verdad nos ilumine, porque amor sin verdad y verdad sin amor van unidas de tal modo que no puede existir una sin la otra.

Dice Jesús: “Yo soy el camino y la verdad y la vida.
El que me sigue no camina en tinieblas,
sino que tendrá la luz de la vida”

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