Ramón Llull

Con una vocación insólita para conducir a los hombres a la verdad de la razón y a las fuentes auténticas de la Revelación, Ramón Llull (1316) abraza un proyecto de vida de hondas raíces franciscanas: luchar por la plenitud de la vida desde su perspectiva cristiana abarcando la vecina cultura y religión musulmana. Y los medios que emplea, también siguiendo a Francisco de Asís, son muy distintos a los violentos que usa la sociedad cristiana: la cultura como instrumento de la verdad para convertir y convencer a los infieles, e instruir a los cristianos por el conocimiento de la lengua árabe. No valen las armas para conquistar a los pueblos y convertirlos a la única verdad -a la vista está el fracaso de las cruzadas por la mayor potencia de los pueblos árabes-, sino demostrar la verdad de la fe como Verdad absoluta del Dios absoluto, en la que se incluye el hombre y el mundo. Y a esto se dedica con todas sus fuerzas desde el paradigma agustiniano y bonaventuriano medieval en el Arte Magna, como Buenaventura lo intenta con el Ejemplarismo y Rogelio Bacon con la Ciencia, a fin de integrar los conocimientos científicos, filosóficos y teológicos en una unidad indestructible y universal.

Ramón Llull nace en Palma de Mallorca en 1235. Es hijo de un militar catalán que está al servicio de Jaime I, que conquista las Baleares. Convertido hacia los treinta años, abandona su familia para dedicarse plenamente a la empresa de convertir a los musulmanes a la fe católica, para lo cual proyecta una obra que supere los errores que defienden los seguidores de Alá, sin perder, además, el horizonte de la religión judía, y convencer al papa para que funde monasterios a fin de que se formen en las lenguas los futuros misioneros. No anda muy alejado de Rogelio Bacon en las pretensiones de elevar el nivel intelectual del Occidente cristiano precisamente por su posición privilegiada que le da su residencia en las Baleares, nudo de las tres culturas que producen las religiones monoteístas. Viaja a París y a Santiago de Compostela, y de regreso a Mallorca se dedica por entero a aprender el árabe, latín, medicina, filosofía y teología con vistas al proyecto señalado de elaborar un paradigma por el que pueda exponerse toda la verdad de la revelación cristiana al rico mundo cultural circundante.

Como en sus predecesores en este intento, la teología es la que posee todos los principios del saber en la medida en que sirve y transmite la verdad revelada. La filosofía y las ciencias deben descubrir esta verdad en la contingencia, ascendiendo de lo particular a lo universal o primeras causas, y desde ellas a Dios. Es la inteligencia la que postula esta ciencia universal que contenga todos los principios de las ciencias particulares. El instrumento siempre es el mismo: la inteligencia natural y la inteligencia iluminada por Dios.

El escritor mallorquín sitúa a Dios en el centro de una serie de círculos, principio de todo lo inteligible, uno y simple, que jamás es demostrado. A continuación vienen las dignidades divinas: bondad, grandeza, eternidad, poder, sabiduría, voluntad, virtud, verdad y gloria. Estas dignidades son unos principios absolutos a los que corresponden en el orden contingente otros principios llamados relativos: concordia, diferencia, contrariedad, principio, medio, fin, mayor, igual y menor. Pero, como hemos indicado, los principios relativos son vestigios de Dios situados en la creación, por los que y en los que la persona asciende a Dios expresado en los principios absolutos o perfecciones divinas, por medio de las cuales, o sea, de una forma indirecta, se contempla a la divinidad. Los principios relativos, situados en la contingencia, no constituyen el punto de partida o la causa para alcanzar la divinidad, sino que son símbolos de la presencia de Dios en la creación como su principio fundante.

Las dignidades de Dios actúan desde la bondad, que es la raíz de toda obra divina y se designa como el primer nombre o dignidad de Dios(170). Existe, además, una correspondencia esencial entre los principios del ser y del obrar, que se verifican en Dios a un nivel interno y externo. En Dios se da una producción necesaria inmanente y una producción necesaria externa. La bondad se diversifica en tres relaciones de amor llamados «amativum»,«amabile» y «amare» en correspondencia a los tres elementos del proceso del conocimiento: sujeto, objeto y acto de comprensión. Internamente, de la simplicidad de Dios, del Amor y Bondad, surge la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu: Amante, Amado y el acto de Amor. La Trinidad entendida de esta forma es el fundamento de toda acción ad extra. Las criaturas se constituyen en vestigio de la Trinidad, en especial el alma humana. Como hemos señalado, los principios activos ontológicos de la Trinidad se corresponden con los principios de relación, de forma que las nueve relaciones de los seres contingentes referidas más arriba manifiestan las relacion

La actividad ad extra de la Trinidad tiene su máxima expresión en la Enes divinas que se sustentan en grado máximo, porque ser y relación se identifican en Dios.carnación. La doble relación que vive el hombre: con Dios y con las demás criaturas, y que tiende hacia su perfección, las ha llevado a cabo la Encarnación del Verbo: en cuanto Hijo, por su máxima relación con el Padre, en cuanto hombre, por su relación con todo el universo. Es más, el hombre lleva la imagen de la Trinidad y actúa ad extra como Dios por medio del conocimiento, aunque de una forma contingente, y ad intra mediante el proceso de conversión que le conduce al encuentro personal con Dios trino; lo que implica que también es y experimenta la triple relación como amante, amado y amor.

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